miércoles, 18 de enero de 2017

Balaam (recopilación)

Balaam no era judío. Era oriundo de una ciudad llamada Petor, “que está junto al río” probablemente el Éufrates, en la Mesopotamia. Cuando los israelitas que salieron de Egipto acamparon en el país de Moab, el rey de este pueblo, de nombre Balac, temió la próxima ocupación de sus dominios. Alarmado, envió mensajeros a Balaam para que se presentara ante él con el fin de pronunciar maldición contra los hebreos.
Durante el tiempo que Balaam vivía, Egipto fue la nación más poderosa del mundo. Recién los hijos de Israel habían escapado de Egipto. El ejército del Faraón se habían ahogado en el Mar Rojo. Ninguna nación podía enfrentarse con el pueblo de Dios. Balac era el rey de Moab. Él escuchó noticias sobre las victorias del pueblo hebreo y tenía miedo que ellos invalirían a su nación. Se decidió contratar a un adivino para maldecirles. Para eso, los ancianos de Moab mandaron a contratar a Balaam de Mesopotamia. Le prometieron muchas riquezas si él maldijera a los hebreos.
La práctica de rituales paganos: Existen otros dos detalles que contribuyen a hacer de Balaam una figura enigmática. Primero, lo hallamos al servicio de un rey que le ordenó que maldijese a Israel, el pueblo de Jehová; segundo, al ir en busca de una revelación de Dios utilizó prácticas paganas. Los paganos usaban diferentes rituales para influenciar a los dioses y predecir el futuro. En algún momento, Balaam combinó el culto de Dios con prácticas rituales paganas y adoró a otros dioses. En 1967, durante una excavación arqueológica en Tell Deir Allá (al este del Valle del Jordán), se encontró un yeso con una inscripción que se remonta a fines del siglo dieciocho o comienzos del siglo diecisiete A.C.
La fama de Balaam era que “el que tu bendigas será bendito y el que tu maldigas será maldito” (Números 22:6). Si uno lee todo el registro en Números 22-24 encontrará que Balaam inicialmente tenía una actitud piadosa. Cuando los siervos de Balac fueron a él, les prometió únicamente que iba a revisar esa requisición con Dios. Cuando Dios les dijo que no fuera con ellos, obedientemente los despachó. Esto es lo que haría un hombre que anda por el camino recto y eso es precisamente lo que Balaam hizo. Obviamente andaba en ese camino. Sin embargo, Balac insistió. Después de varios días más príncipes, personas más honorables, llegaron de nuevo al lugar de Balaam, prometiéndole gran honor y riquezas si tan solo iba a maldecir a Israel. Alguien que ha establecido claramente la respuesta de Dios en su corazón, no esperaría: de nuevo los despacharía, así como Dios ya había puesto en claro que no fuera con ellos. Pero Balaam no hizo eso. Sino que dijo que fue a revisar de nuevo con Dios. Aunque eso aún está bien y ciertamente no tan malo como ir con ellos sin revisar primero con Dios, sin lugar a dudas demuestra una fisura, una inestabilidad, una intención de no despacharlos insatisfechos.

Profeta mesopotámico. Fue enviado por el rey de Moab para maldecir a los hebreos en su marcha hacia Canaán para conquistar la tierra prometida (fines del s. XIII a.J.C.); sin embargo, exhortado por Yahvé, bendijo a los israelitas. Se hizo célebre a causa de su legendaria burra, que, ocasionalmente dotada del don de la palabra, incitó a su amo a cumplir los deseos de Yahvé (Números 22-24).

Balaam (heb. Bil’âm, quizá “glotón [devorador]” [del verbo bâla’, “tragar”, “devorar”] o “que no es pueblo”, “señor del pueblo”, “forastero”; gr. Balaám). Profeta o adivino arameo sobornado por Balac, rey de Moab, para maldecir al pueblo hebreo acampado en Sitim en ví­speras del cruce del rí­o Jordán y su entrada en Canaán (Num 22:1-6). El hogar de Balaam estaba en la ciudad de Petor,* en la región de Amav* (v 5, BJ y DHH), sobre el rí­o Eufrates. Balaam era famoso por poseer poderes inusuales (v 6), y su reputación habrí­a estado bien extendida. El informe de los cps 22-24 no deja lugar a dudas de que él conocí­a al verdadero Dios y que Dios se comunicaba con él. Ciertamente el don de profecí­a reposó sobre él al presentar varios oráculos con respecto al pueblo hebreo, aunque los autores bí­blicos en ninguna parte lo llaman profeta (24:4, 16). La profunda consternación de las naciones paganas de Palestina y Transjordania por causa de los israelitas se refleja en la confesión de Rahab de Jericó: “El temor de vosotros ha caí­do sobre nosotros, y todos los moradores del paí­s ya han desmayado por causa de vosotros” 

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